Casting para Diana Bolton.

No se oía más que el trote de los caballos y la respiración fuerte de algún que otro hombre de los que le acompañaban. Hacía poco que habían comido, poco más que algo de pan y panceta seca para coger fuerzas. Cuatro días de incursiones y limpieza, cuatro días dando caza a aquellos que lo merecían. Sobre un glorioso semental tan negro como su cabello, Diana encabezaba la vuelta a Fuerte Terror, conocedora del cansancio que mostraban algunos de sus hombres a pesar de lo mucho que se esforzaban en disimularlo, pues con el paso de los años lady Bolton había dejado claro su postura hacia aquellos a los que catalogaba como débiles. Por su parte, ella se mostraba tan orgullosa como altiva, con la barbilla alzada y una expresión regia. La sangre seca le enmarañaba parte del cabello, cosa que le daba cierto aire salvaje y amenazador, aunque aquello no fuese lo más amenazador que Diana poseía, pues al primer baño desaparecería. Lo que inspiraba respeto era su mirada, gélida, penetrante, como un gancho que atravesaba la garganta y hacía que el aire se escapase.

Y era esa mirada la que tenía clavada en Fuerte Terror, que empezaba a hacerse más y más grande por momentos. Espoleó al animal, ya acostumbrado al terreno y al ímpetu de su dueña. Los que la acompañaban hicieron lo mismo, y no tardaron mucho en llegar hasta la fortaleza. Entró a caballo, y solo desmontó cuando estuvo a las puertas de la entrada interior. Antes que pudiese llamar a voces a un mozo de cuadra, éste se presentó corriendo y cogió las riendas del caballo de su señora. Ella desmontó con soberbia, pecado capital que le acompañó mientras recorría la fortaleza que conocía como la palma de su mano. Todavía llevaba la espalda al cinto, y no se desprendería de ella hasta que fuese a su habitación.

Una de las personas del servicio le indicó donde encontrar a su hermano y no precisamente alegre, se encaminó hacia el lugar. —Esos salvajes se lo pensarán dos veces antes de volver a cruzar el Muro.—dejó caer el peso sobre una de las piernas, apoyando la mano sobre el mango de la espada. —Pasamos por un pequeño pueblo y hubo un...incidente. Pero no hay de qué preocuparse, está solucionado.—una sonrisa ladina se le dibujó en el rostro, que brillaba con un estraño resplandor. Su hermano alzó una ceja y ella se encogió de hombros. —Digamos que no se puede pedir la vuelta de los huargos sin lengua.—su sonrisa se ensanchó todavía más y sin decir ni una sola palabra más, Diana giró sobre sus talones y se dirigió hasta su habitación, donde sabía ue le esperaba una bañera con agua caliente.