Cásting Merro Azantys

El alba despuntaba dando comienzo a un nuevo día en la gran Volantis, los labriegos saldrían de su casa para ocuparse de sus campos, los comerciantes seguirían durmiendo porque ya tenían suficiente oro sin necesidad de romperse la espalda, los guardias hacían el cambio de turno con sus compañeros después de una noche de guardia y el Triarca Merro Azantys observaba todo desde la ventana de sus aposentos. Veinte años en el poder se podría decir rápido pero había vivido cada día de ellos con la mayor intensidad posible, razón por el que la gente seguía confiando en él, y no había descuidado ninguno de los otros asuntos que traía entre manos. Giró el rostro hacia la cama donde yacía su esposa, la sábana se había deslizado por su piel y dejaba al descubierto uno de sus hombros y su espalda, un contorno que no tenía nada que envidiar de otras mujeres.

La conoció cuando era una niña, cuando los dos eran dos niños, correteaban por aquellas calles en las que volvía a posar su mirada sabiendo que algún día se casarían. Sus padres habían arreglado su matrimonio antes de que supiera lo que era realmente el mundo y para propiciar una mejor relación entre ambos les invitaban a jugar, porque no hay mejor manera de conocer a alguien. Jugaban a buscarse, a atraparse, a averiguar en qué palabra pensaba el otro sin que Merro supiera que lo estaban empujando a un pozo del que nunca saldría. En las reuniones que él celebraba siempre respondía que no hallaría mejor esposa que la que tenía cuando le preguntaban sobre su relación con ella pero la palabras quedaban cortas para definirla. Ella era el bastón en el que se había apoyado durante esos veinte años, la razón por la que no había desfallecido ni un sólo instante.

- ¿Tan incómoda es la cama o es mi presencia lo que te hace huir del lecho?- su voz era como la brisa marina, suave, aterciopelada, susurrante. Sus brazos le rodeaban como serpientes y sus dedos reptaban por su pecho mientras pegaba su cuerpo desnudo contra el suyo.

- Si me lo pudiera permitir me pasaría horas en la cama, con tu presencia. Pero tengo asuntos que atender, he reunido a los muchachos para esta noche.- aunque los sentía como hijos nunca los llamaba como tal, habría sido un insulto para su familia con la que compartía la sangre que fluía por sus venas.- También tengo que responder a la misiva de nuestra Mellara, hasta que llegue a Altojardín pueden pasar meses.

- Yo misma me puedo encargar de escribirla, no sería la primera vez que lo haga.- sus labios se posaron en el cuello del Triarca dibujando un camino descendente que terminó en su hombro.- Así te podrás dar el lujo de aparecer más tarde en el desayuno.- su boca se cerró en un mordisco en la zona del hombro, mientras que sintió la presión de su mano en su entrepierna. No había nadie que lo conociera mejor que ella, era la única capaz de convencerle.

Merro no dijo nada, sólo se giró y la miró. Entre ellos no hacían falta palabras, se complementaban a la perfección como cuando jugaban de pequeños. La besó largamente como simple contestación y la fue dirigiendo hacia el lecho donde los dos se tumbaron, él sobre ella. Aquella noche sería agotadora, siempre lo eran cuando había reunión de los exiliados, pero su esposa le ayudaría a relajar tensiones.