El hombre más allá de la corona.(Rhaenys Targaryen) (meses antes)

Maegor se miraba así mismo no podía sentir más que rabia en impotencia al ver que el orgulloso e imponente rey que había sido, había acabado reducido a una triste, frágil y lastimera criatura. Perder a su querida esposa, y el paso infatigable de los años, habían consumido su resistencia y a pesar de que aún se negaba a verlo, sus días estaban tocando a su fin a una velocidad alarmante. Suspiró y fijó la vista en las manos abiertas con las palmas hacia arriba sobre sus rodillas. Veía como temblaban ligeramente sin si quiera hacer dureza con ellas. Frunció el ceñó en un gesto de irritación y frustración y cerró los puños para frenar los temblores sin demasiado éxito. Levantó la vista, suspiró y volvió a relajar los músculos de sus extremidades, cada vez la resignación ganaba una nueva plaza en aquella batalla contra su tozudez y fuerza de voluntad que estaba destinado a perder. Su mirada se perdió entre los macizos de rosales, con sus capullos de rosas blancas aún tímidos a abrirse a la mortecina luz del atardecer.

Le habían levado a los jardines de la fortaleza, para que le diera un poco el aire, y ese mismo día había despachado a uno nueva cuidadora, y había exigido, que no se tratara de una septa ni nada semejante, en realidad no tenía nada concreto en contra de estas mujeres, pero en los últimos tiempos siempre estaba de mal humor, y era habitual que se deshiciera de una o dos nuevas sirvientas-enfermeras por mes. Estaba de lo que se dice, un humor imposible, actitud que utilizaba para esconder su creciente debilidad, tanto física como emocional, y su tristeza. Las malas lenguas decían que ya estaba senil, loco, que chocheaba, y sin levantar la voz, susurraban que ya iba siendo era de que fuera "apartado del trono", otros creían incluso que ya estaba muerto. Respiró profundamente y apretó los labios ante tales pensamientos, aunque lo peor no eran los rumores y ácidas habladurías, si no el incierto futuro que esperaba a Poniente y a la familia Targaryen. Demasiados años de paz, que estaba convencido que estaban a punto de terminar, y no estaba seguro de que su hijo mayor, el heredero, fuera el más apto para abordar dicho destino.

Se acomodó en el duro banco de mármol en le había sentado y apoyó la espalda contra el tronco del pequeño árbol que había tras él y que le proporcionaba la sombra suficiente para que los últimos ambarinos rayos de la tarde no le molestaran en el rostro. Vió el color encendido y dorado del cielo a través de las hojas y las ramas. La temperatura era suave, templada, perfecta, el aire traía el olor de rosas y los jazmines, y todo parecía estar en calma.Cerró los ojos, y se permitió el lujo de no pensar durante unos segundos. Estaba tan absorto, que no oyó las suaves pisadas y el frufrú del vestido que se acercaba por el camino de piedra...